Tan solo escucho el sibilino sonido del placer, en el aplomo de los paraísos
Ángel de los abultados días de espejismos
Apóstata de aquellos días de veneno, de mi cuerpo enjuto y liviano, acarreador de las sombras...
Entre sorbos de champán y muecas acaloradas
Un pez entre mis manos, y el pájaro en mi hombro
La broca se retuerce ante la mirada del niño
Mi inocencia arrastrada en un índigo sueño
Entre plumas de bajos vuelos y collares de artificio
La adrenalina es púrpura, tan invisible como el espectro de la felicidad
Y vocifera cascadas también púrpuras, en intensos paisajes antes de existir
En este poema solo profetizo a las rosas
que huyen de su esqueleto
distraídas en las entrañas de mi amada Perséfone