Hace tiempo que rozo el castigo con las yemas de mis dedos.
Escrutando entre la inmóvil niebla el vestido que ahora llevas: tan blanco y
frío como cualquier invierno de esta tierra.
Y te haces visible al excelente día que siempre camina por detrás de mí, siempre. Pero me aparto de su coraje como de la peste negra.
Tengo miedo de mi anciana musa, salpicando con rezos mi nombre. Ya no soy su
hombre. Soy su cuerpo y su verdugo, asestando golpes de odio que transporta lo
invisible. Viajan hasta su dulce cuello, dibujando remolinos entre las perlas
de su angustia.
Hace tiempo que escucho un sentido crujir en las cascadas del manso río, en los secos pétalos
del Oeste. El maravilloso lago ya no espera el bullir de mis pisadas; las percibe
lejanas, evaporándose con el alma que descarna. Soy polen cribado entre las
hojas de un libro maldito. Señor de sus hojas impares. Asesino del ciervo del
averno con mis trémulos malabares. Donde descansamos del angosto lugar.
¿Por qué me persiguen las posesas luminarias, sabiendo que
ya no vivo?
¡Que ya no existo! ¡Creedme!
Yo he muerto en dos vidas, cubierto de difamadas heridas,
encubierto por mis solitarios bailes.
Tal vez, un murmullo transforme mi lejanía en eco. Adivinando el
bullicio que me arrastra. Calando profundas las goteras de la casa donde ya no
habito.