28 Agosto 1992
Señor
Jesucristo; ¿hubiera sido yo capaz de juntar
mis dos
píes para ser elevados en duro madero?
¿Y
estirar mis brazos para ofrecer sus manos a una cruz y en ella ser perforadas
por
gruesos clavos?
¿Quedar
suspendido en la cruz después
de izado
como un hediondo trapo y agonizando, desnudo,
y
envuelto en sudor?
¿Hubiera
yo podido?
Señor
Jesucristo, no hay tanto valor para que un hombre vulgar como yo
se
ofreciera a este sacrificio.
Sólo tal
bondad al Ungido de Dios le corresponde.
¡Aquel
que muere por Amor!
¡Aquel
que por amarnos muere!
Y en
lugar de agradecerle su esfuerzo, lo olvido e ignoro.
Señor
Jesucristo: ¡PERDÓNAME!
SIREBILO
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